Cómo tomarse un año sabático y que no se convierta en un año perdido
La tendencia llegó hace pocos años con nombre en inglés, gap year, aunque en España ya había otra forma de llamarlo: año sabático. Un respiro y un paréntesis entre dos épocas de la vida para recargar pilas, practicar un idioma, viajar, conocer otras culturas… en definitiva, para aprender todo aquello que no se aprende en un aula o en el trabajo. Los expertos aseguran que, bien enfocado, el año sabático construye un currículum atípico que puede servir para mejorar las opciones de conseguir trabajo. En países como los anglosajones y los nórdicos es habitual que los jóvenes hagan esta pausa y viajen al extranjero antes de comenzar la universidad o de incorporarse a su primer trabajo. Pero en España, con un mercado laboral que a veces ni siquiera valora ni títulos ni másteres, ¿sirve de algo hacer este parón?
“En otros países, quien hace un gap year es porque sabe que luego lo va a rentabilizar en el plano laboral. Porque hay un mercado que lo reconoce y lo valora. Eso en España todavía no pasa, sigue siendo una tendencia minoritaria”, señala Oriol Miró, profesor del máster en Enseñanza del Español como Lengua Extranjera de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). Miró, con experiencia como docente en el extranjero, pone el ejemplo de Suecia, cuyo mercado laboral es “tan resistente” que permite que los estudiantes puedan irse incluso dos años fuera. Alberto González Tarragato, socio-director de la consultora educativa Círculo Formación, coincide en el diagnóstico: “Desde el punto de vista de la empresa, ni suma ni resta. Es una cuestión cultural: no se suele hacer, por lo que resulta extraño y se desconocen sus efectos positivos”.
La clave para sacarle rendimiento se esconde en la diferente forma de denominarlo en inglés y en español: un año sabático no puede ser un año de descanso, sino un hueco (gap, en inglés) que rellenar con experiencias y aprendizajes. “En España, cuando hay un año en blanco en el currículum, hay que justificarlo”, explica González Tarragato. Planificar qué se va a hacer y abordar el gap year desde un enfoque práctico para que, a la vuelta, ese hueco no sea un año perdido y en blanco, sino un año ganado y que marque la diferencia. Estas son tres opciones para conseguirlo:
Aprender (y practicar) un idioma
Dos de cada tres jóvenes españoles de entre 18 y 25 años saben hablar inglés, según la más reciente Encuesta sobre la Participación de la Población Adulta en las Actividades de Aprendizaje que elabora el INE. El nivel es, sin embargo, otra cuestión. Ainhoa Montero era, antes de irse un curso a Washington (Estados Unidos), un ejemplo de cómo salir del instituto sin apenas saber inglés. Su caso es también el más típico dentro de los perfiles que deciden hacer un gap year: joven de 18 años que termina Bachillerato, no sabe qué estudiar —el 80% de los alumnos de esa edad están en la misma situación, según un estudio de Círculo Formación— y opta por irse un año fuera para decidir su futuro. “Tenía muchas cosas en mente, pero no sabía qué hacer: quería estudiar criminología, o marketing, o comunicación audiovisual… Mi madre me dijo que antes que perder un año, mejor me iba fuera y aprendía inglés”. Se fue con un nivel A1 (el más bajo) y volvió con un C1 y la decisión de matricularse en comunicación audiovisual. “No fue un año sabático, sino un año escolar, pero en inglés”.
Tres claves para decidirse
Quienes lo han hecho dicen que el gap year es una inversión en uno mismo. Pero es también una decisión arriesgada: un año (o varios meses) en el extranjero y sin trabajar. "Es una opción muy personal y se debe tomar de forma madura y meditada", advierte Claudio Castilla, orientador en el instituto Ramón Arcas Meca, en Lorca (Murcia). "En el caso de los jóvenes, la familia debe tener recursos suficientes para retrasar la incorporación a los estudios y, por lo tanto, al mercado laboral".
Además de tener claro el objetivo de ese parón, los expertos dan otras tres claves a tener en cuenta:
El momento. Lo habitual es hacerlo al terminar Bachillerato, pero también se puede plantear tras la universidad o incluso después de unos años trabajando. "Es más enriquecedor al terminar los estudios porque así se vinculan los conocimientos adquiridos con lo que tenga que ofrecer el gap year", afirma Roberto Cabezas, director de Career Services de la Universidad de Navarra.
Los recursos. Como cualquier inversión, es necesario planificar y ahorrar de antemano. Meritxell Morera, de Sabática, recomienda además optar por programas remunerados (au pair, prácticas en el extranjero...) para costearse la experiencia.
La vuelta. "El año sabático no es una huida", asegura Morera. Es necesario dejarlo todo atado antes de irse y planificar también el regreso. La vuelta suele ser lo más duro, pero aplazar las responsabilidades al terminar el paréntesis (decidir qué carrera estudiar, qué camino laboral seguir...) desvirtúa el sentido del gap year.
Íñigo Junco, de 28 años, apenas dudó al tomar la misma decisión de parar, aunque su situación era muy diferente. Llevaba cuatro años trabajando como analista de inversión en la misma empresa cuando hizo las maletas para irse seis meses a Brisbane (Australia) a aprender inglés. “Me iba muy bien, estaba en el mejor momento. Pero notaba que no podía crecer más y que el inglés era necesario”. Sus compañeros le advirtieron de que era el peor movimiento que podía hacer, pero aun así se lanzó, aprendió y regresó con un puesto mejor en la misma empresa. “Es cierto que en España no se valora mucho, te das cuenta al viajar y ver que gente de otros países lo hace porque es prácticamente obligatorio”, asegura. “Pero te da un salto cualitativo”.
En España son cada vez más las academias de idiomas que incluyen en su oferta formativa el gap year (aunque el paréntesis se puede hacer de varios meses, en lugar de un año completo). “Se trata de abrir una puerta, desarrollar talentos y aprender a ser más independiente”, resume Patricia Cataluña, responsable de los programas de gap year de EF Education First, donde lo que domina también es el inglés: el 75% de los alumnos que se van un año o unos meses fuera lo hacen a Reino Unido o EE UU.
Hacer un voluntariado en otro país
Si cada vez más academias de idiomas se suman al gap year, en Sabática, una empresa especializada en ofrecer este tipo de programas, lo que triunfa es el voluntariado. “Es lo que siempre funciona, sobre todo en temas de medio ambiente. No tiene límite de edad y en España es una opción que se ha popularizado mucho”, señala Meritxell Morera, su responsable, que ofrece también experiencias de au pair y prácticas en el extranjero. Fundó Sabática hace 10 años y ha pasado de tener que aclarar que lo suyo no era una agencia de viajes a organizar más de 3.000 años sabáticos.
“Vivimos en tal vorágine que el hecho de parar es importante”, afirma Morera, que decidió poner en marcha su proyecto tras vivir dos años en EE UU y otros tres en Dinamarca. “Cualquier experiencia que te obligue a salir de tu zona de confort te da seguridad en ti mismo. Además, se desarrollan las soft skills: algo tan sencillo como ser capaz de abrir una cuenta en un banco en otro país te obliga a trabajar habilidades que quizás no son tan visibles, pero están ahí”.
Casi la mitad de los clientes de Sabática tienen entre 18 y 30 años, pero el gap year solidario no es solo para jóvenes. En Kinsale, una pequeña localidad de 5.000 habitantes al sur de Irlanda, recaló hace dos años Isabel Martínez. Se fue con 54 años para aprender inglés y hacer voluntariado. Después de cinco meses como au pair atendiendo a un hombre ciego de 86 años, regresó a España con la única idea de volver a Irlanda tan pronto como fuera posible. “Fue una experiencia inolvidable y maravillosa”, cuenta mientras hace planes para regresar en octubre.
Buscar una nueva salida laboral
La figura del mochilero joven dando tumbos por el mundo es el tópico del gap year, aunque Oriol Miró, profesor de la UNIR, aconseja un enfoque más práctico: “Hacer un viaje de enriquecimiento personal, como por ejemplo el Camino de Santiago, se valora mucho en otros países, pero no en España. Aquí vamos a criterios más prácticos: trabajar en el extranjero, aprender un idioma…”. Pero Francesc Roca comenzó su viaje precisamente ahí, en el Camino de Santiago. A los 42 años y tras dos décadas trabajando en el mundo financiero, decidió que no podía más. Dejó su empleo sin un plan b y se embarcó en un viaje del que volvió con un proyecto de emprendimiento en la maleta.
De un inicio en Tailandia sin más contacto que el de una pareja de amigos, a un monasterio budista en Birmania, y de ahí a Vietnam, EE UU, México, Perú… Roca viajó por el mundo durante año y medio. “Al principio la intención era conocer, explorar y ponerme al límite. Pero gracias a ese viaje me reinventé y nació la idea de emprender. Estás a 9.000 kilómetros de distancia, pero el viaje que haces es a tu interior”, explica Roca, que durante su paréntesis creó la consultora Recursos Propios, especializada en mindfulness.
Emprender nuevos caminos fue también lo que consiguió Isabel Martínez en su experiencia de au pair en Irlanda. Tras toda una carrera dedicada a la recaudación ejecutiva en el ámbito municipal, ella también quiso parar. A su regreso a España, y tras haber cuidado de un hombre ciego, estudió un curso de adiestramiento de animales para personas con discapacidad que espera le ofrezca nuevas oportunidades laborales en Irlanda. “Las posibilidades de quedarme en España trabajando a mi edad son muy escasas, pero el viaje me dio la pauta de qué hacer. Me ha abierto muchas puertas y ahora tengo que ver cuál cruzaré”.